Monday, November 03, 2008

Maria Rosa Borràs: in memoriam


El último día del pasado mes de agosto fue también el último de la vida de nuestra querida amiga y compañera Maria Rosa Borràs, vinculada desde muy joven a la izquierda social de este país, y a la que tantos de nosotros, lectores, hemos tenido ocasión de encontrar en numerosas iniciativas emancipatorias. Para las gentes de la redacción de mientras tanto, Maria Rosa ha sido un punto de referencia central en las tareas editoriales y de concepción y elaboración de esta revista. En realidad ha sido mucho más que eso. Por tal razón queremos compartir nuestra pena con vosotros, aun a sabiendas de que todo lo que se diga sobre Maria Rosa resultará pobre e insuficiente para describir a una mujer de personalidad muy compleja y ejemplar, a una inteligente y voluntariosa militante roja.
Maria Rosa Borràs fue probablemente la primera persona en apreciar el magisterio de Manuel Sacristán, profesor suyo de filosofía cuando ella cursaba bachillerato. Sacristán, en cuya amistad permaneció toda la vida, no fue la única influencia protocomunista en su formación —en la época de referencia el filósofo aún no se había acercado al partido—: María Rosa tuvo también como profesora particular de griego a Ascensión Sanz de Arellano, una militante comunista, miembro del Comité Central del Psuc en los años cuarenta. No puede extrañar por eso que Maria Rosa Borràs fuera la primera mujer que entrara a formar parte de la organización universitaria, naturalmente clandestina, del Psuc. Pronto se unieron a ella otras mujeres: Juliana Joaniquet, Nisa Torrent, Pilar Fibla, Carme Miró, Elisa Vallès y un cada vez más largo etcétera.
María Rosa fue protagonista involuntaria de una de las primeras detenciones en el seno de la organización universitaria comunista barcelonesa. La pillaron repartiendo octavillas para la Jornada Nacional de Protesta convocada por el PCE junto con un compañero. Soportó torturas y palizas que le dejaron importantes secuelas, alguna de las cuales tendría que soportar toda su vida; pero logró lo más importante para un comunista: no hablar, no darle a la policía la ocasión de detener a otros. Vino después una prudente etapa de exilio en la República Democrática Alemana. María Rosa aprovechó el tiempo para profundizar en los estudios de filosofía que han constituido su especialidad, y también para el aprendizaje de lenguas, en particular la alemana y la inglesa, gracias a lo cual podría sobrevivir como traductora a su regreso a Barcelona.
Ese regreso, mediados los años sesenta, comportó la renovación de su militancia política; lo que antes era actividad de unos pocos, escasísimos, había pasado a ser, gracias al esfuerzo de esos pocos, actividad de una pequeña multitud. En ella María Rosa revelaba, justamente, la atención y el respeto por las cosas pequeñas y modestas necesarias: por ejemplo, la atención por las reglas que buscaban la seguridad en la práctica política ilegal. Enseñaba y transmitía los principios de la actividad política clandestina. En esas tareas desplegaba, por otra parte, un sentido del humor particularmente inventivo, más bien negro, que se situaba en las antípodas del sectarismo que todo grupo cerrado suele segregar. Un humor contenido, nada exhibicionista, discreto: ese humor y esa discreción la caracterizarían siempre. Las pequeñas cosas, a poco que se repare en ellas, no lo son tanto. No era pequeña cosa, por otra parte, que en el “paro forzoso” que supone para una madre criar y llevar adelante a una hija —lo que es todo lo contrario que el “paro”— encontrara tiempo no sólo para militar sino también para un solvente trabajo como traductora; o que, militando, entre tantas urgencias, buscara crear un grupo de estudios de filosofía para militantes. Para María Rosa Borràs la reflexión era uno de los puntos de apoyo de la creatividad política.
Las responsabilidades de María Rosa en el Psuc fueron varias, ligadas a la responsabilidad —por elección— de una célula de “intelectuales” y a diversas “comisiones” de trabajo. Como partícipe de una de ellas, la “comisión de unidad”, representó al Psuc ante otras fuerzas políticas y agrupamientos sociales y tomó parte activa en la constitución de la Comissió Coordinadora de Forces Polítiques de Catalunya, el primer organismo político unitario de la oposición antifranquista.
Pero si esta representación del Psuc se enmarca en lo que podríamos llamar “política por arriba”, la iniciativa de María Rosa estaba puesta sobre todo en la “política por abajo”: a ella, y al pequeño grupo de mujeres comunistas encabezado por Giulia Adinolfi, se debe la iniciativa de impulsar el Moviment Democràtic de Dones, seguramente la primera iniciativa feminista del comunismo en nuestra cultura.
Con la recuperación de las libertades políticas Mª Rosa pudo finalmente obtener una cátedra de filosofía de instituto y dedicarse a la elaboración de una tesis doctoral sobre la filosofía moral de Kant, su filósofo favorito. Su paso por la enseñanza la llevó a la dirección de un IEM y luego a tareas de inspección, desesperantes para ella dada la cobertura política que los gobiernos de la derecha catalana daban a los centros religiosos incumplidores. De esa época datan numerosas publicaciones sobre materias educativas.
La crisis del movimiento comunista fue vivida por María Rosa Borràs sin desnortarse, sabiendo atenerse a lo esencial de su impulso moral y social. En la redacción de mientras tanto la suya era una voz central. Sus colaboraciones en esta revista y en mientras tanto electrónico la muestran tal como era: austera, precisa, inteligente, con un punto de vista moral y político siempre inobjetable.
María Rosa Borràs y su compañero, Antoni Montserrat, figuraron entre los refundadores del Psuc, del Psuc-viu, de cuya secretaría política formaron parte, y donde María Rosa se inventó de nuevo una militancia comunista renovada hasta que una cruel enfermedad la puso fuera de juego. Continuó el diálogo con otros en un blog que puede encontrarse en internet y que constituye también, bien leído, un excelente retrato suyo.
Compartimos el dolor de su compañero Antoni, que estuvo siempre a su lado a lo largo de una dolorosa y cruel enfermedad, tras casi cuarenta años de convivencia; de su hija Ester, que ha heredado, o más bien compartido, tantos rasgos del carácter y de la idealidad de su madre; de su nieto Raül, todavía demasiado pequeño para entender que ha tenido una grandísima abuela. Estamos de duelo. La echamos de menos y nunca podremos olvidarla.

La Redacción

Mientrastanto electrónico (11-09-2008)

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